lunes, 27 de junio de 2011


Por: Mauida Hormazábal

Durante el año en curso, hemos sido testigos de un remezón monumental de los grotescos pilares que afirman hoy a nuestros sistemas “democráticos”. Algunos de estos sistemas tan descarados como el de los países árabes culminaron en el estallido de grandes movilizaciones que aún apabullan a la elite política. También en los países del viejo continente, como en Grecia, España, Portugal e Islandia, ha crecido la protesta social. La Columna vertebral que levanta a estos movimientos civiles, es la misma: el descontento por el desempeño político de los gobiernos de turno y la creciente necesidad de generar democracia desde las bases. La demanda es clara, se requiere mayor participación ciudadana en las decisiones que toman los gobiernos que afectan nuestro diario vivir, los manifestantes exigen que desaparezcan de la escena los políticos corruptos. Y que el mercado no siga expoliando sus vidas.

Del mismo modo, al sur del sur del mundo la revuelta por la defensa de la Patagonia ha cobrado gran fuerza también, tanto así, que se ha propagado más allá de las tierras que un día fueron de los Tehuelches y Chonos. Estas movilizaciones masivas en contra de este megaproyecto de central hidroeléctrica ponen el dedo en la llaga del modelo de democracia regido por las leyes del mercado.


Foto Pablo Hormazábal

En tiempos de la Concertación se realizó una fuerte propaganda que apuntaba a aumentar el consumo energético de la población. Bajo el slogan político de generar mayor desarrollo en el país, el aumento de energía sería el símbolo del progreso, pues el gobierno de turno pretendía que hubiera una explosión de luces por las calles, colores eléctricos provenientes de letreros de neón, pantallas gigantes con avisos comerciales, televisores encendidos eternamente y la adquisición de cualquier artefacto eléctrico para los hogares chilenos con facilidades de pago; de tres cuotas precio contado. Al mismo tiempo, comenzaban a incubar el magnicidio patagónico. Fue la concertación la que asentó las bases de Hidroaysén. Hoy cuando a la ex presidenta Michelle Bachelet le preguntan por Hydroaysén, guarda silencio.

Bajo este marco, de políticas pro-consumistas, se inició el proyecto Ralco en la década del 90, el cual además de traer “progreso” para la población chilena, suponía que serviría como fuente de trabajo para los habitantes de la octava y novena región. Sin embargo, el efecto que tuvo dicha central trajo más bien conflictos sociales, la tasa de desempleo no se redujo en lo absoluto. El propósito tras Ralco, se alzaba más bien por aquellos intereses económicos que alimentaba la codicia de los empresarios, entre ellos el presidente de la época Eduardo Frei Ruiz-Tagle.

Hoy en día a más de diez años de la aprobación de Ralco se pretende continuar con la misma falacia. Se insiste con que el país necesita generar más energía para alcanzar el desarrollo, pero en una región que no sobrepasa los 105.000 habitantes ¿Es necesaria tanta energía eléctrica? La respuesta es evidente, las centrales de Hydroaysén en realidad son necesarias para el abastecimiento de otros mega proyectos: el 70% de la demanda eléctrica es a causa de la voracidad de la minería en el norte, es allí donde se concentra hoy aquella demanda energética. Y para el traslado de la energía se proyecta instalar un tendido eléctrico que atraviese ocho regiones del país. Esta red contaría con más de cinco torres de alta tensión paralelas que se pretende extender por 2.300 kilómetros, todo el largo de Suecia y un poco más. Los estudios de impacto ambiental se dejan mudos o se modifican tratando de camuflar los efectos negativos que tiene Hidroaysén sobre el medio ambiente. Al gobierno y su tropa de representantes nada le importa que la ejecución de las obras se realicen en medio de parques nacionales donde existen reservas de zonas vírgenes, santuarios de la naturaleza, lugares declarados monumentos naturales por la UNESCO o de reservas marinas. Y es que con una democracia en manos del mercado, todo es objeto comercial. Todo. La Patagonia, fuente de vida, sería inundada a gran escala. Para hacerse una idea más concreta podríamos decir que la magnitud de la superficie que pretenden inundar es el equivalente al doble de las canchas de fútbol que hay en todo Suecia, es decir dejar bajo el agua, allá en la Patagonia, una superficie equivalente a casi 10.000 canchas de fútbol. ¿Qué dirían los fanáticos del deporte del balón si les inundan sus canchas? ¿Y qué dirían si supieran que si las mineras del norte chileno ahorraran un 2% de energía durante diez años, el proyecto Hidroaysén no sería necesario.

La inundación de tan vasto territorio, hoy poblado por miles de especies vegetales, conlleva a la putrefacción de toda la capa vegetal, generando producción de metano en grandes cantidades. La construcción de las cinco centrales y el cableado de alta tensión generará una contaminación sin precedentes. Sólo el carbono que este proceso producirá se estima en más de 12 millones de toneladas. Por otro lado, encarcelar el río con una represa implica atrapar todos los nutrientes que hoy llegan a la costa y se internan hasta 300 kms mar adentro. Todo este material orgánico al ser atrapado en la represa se pudrirá, generando un lodo que a la larga significará la muerte de las represas. Y que las empresas no están dispuestas a limpiar porque el costo es muy elevado. Después de unos 50 años la represa está condenada a morir quedando como un elefante blanco, una afrenta a la naturaleza, la peor cicatriz que le podemos hacer a la Patagonia. Cosa que podría ocurrir incluso antes, si las mineras dejaran de comprar energía, por ejemplo.



Y claro, esto ocurre en Chile donde se está apostando todo por el cobre, pero dejando al país a manos vacías, donde la explotación insaciable termina en los bolsillos de financistas sentados en el sillón del poder. Porque en países ricos como Suecia por ejemplo, la situación es mucho más regulada. Para empezar, el parlamento sueco ha establecido que no es posible la expansión de este sistema de generación eléctrica ni tampoco la construcción de nuevas represas. En cambio se aprovechan los recursos naturales existentes. Como por ejemplo, los lagos. Suecia es un país con más de 100.000 lagos y con la instalación de turbinas en ríos y lagos pequeños se reduce el nivel del agua a 1 centímetro para la producción de energía. La idea es aprovechar los recursos que ya existen e intervenir lo menos posible en la naturaleza. Por otro lado, se invierte mucho en investigación para generar nuevos métodos menos contaminantes. En Chile en cambio, no hay intenciones de destinar recursos para la investigación pues el auspicioso sistema permite que sea posible explotar la naturaleza sin restricción, sin límite alguno, saltándose hasta la escasa legislación que protege el medio ambiente. Es así como los políticos y empresarios locales pretenden que nos traguemos su discurso de que Chile está a las puertas del progreso.

Bajo este pronóstico, no es casualidad que miles de jóvenes se estén movilizando para defender la Patagonia. No se trata de que de un día para otro la mitad de Chile se haya transformado en una tropa de hippies ecologistas, como lo señala el gobierno. Lo que ocurre es que la sociedad civil entiende que el impacto que tendría la construcción de Hidroaysén traerá nefastas consecuencias. No tan sólo generaría daños medioambientales irreparables, también contribuye a fomentar el mal gobierno, a este verdadero carnaval de alabanza al dinero: producir más energía para gastar más.

Lo que está sucediendo en las calles de aquel país largo y puntiagudo, es que se está manifestando el descontento contra su sistema de gobierno. Tampoco es casualidad que las demandas expuestas al mundo en la puerta del sol sean del mismo matiz que en Chile. Las plazas y calles se llenan de colores para exigir Democracia real, en Santiago, Aysén, Atenas o Madrid.

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Hoy, las manifestaciones constituyen nuestra herramienta más fuerte para poder revertir este proceso. De lo contrario, el futuro será como en aquellos tiempos de la decadencia del “oro blanco”, aquel paisaje en la pampa norteña de salitreras abandonadas se volverá a repetir. Pues en un tiempo más quedarán sólo los agujeros del recuerdo del mineral y suelos putrefactos en el sur. Para evitar este amargo escenario tenemos que agilizarnos, no podemos ahogarnos en la indiferencia.

Patagonia sin represas.