lunes, 12 de septiembre de 2011

Crónica anti comercio sexual -

ya que no tiene nada que ver con la liberación sexual


Hay principalmente dos posturas en contra de la comercialización de lo sexual. Por un lado están los que por sus principios morales y/o religiosos están en contra; por otro, los que por su postura más bien humanista subrayan la problemática social que tal explotación implica. Personalmente me sumo a la segunda postura. A simple vista esta no es tan obvia, ya que estoy a favor de la liberación sexual absoluta sin moralismo ni prejuicios. Eso sí, ya tan solo mirando un poquito más allá del ombligo, te das cuenta de que la liberación sexual, al igual que toda conducta humana que tiene intención de ser libertaria, también debe ser responsable. Para mí, como para muchos, es un derecho humano el poder denominarse heterosexual al igual que homosexual, bisexual o transexual, y tener sexo (entre adultos) como mejor le padezca a cada uno, siempre y cuando no exista daño físico o psicológico. La responsabilidad simplemente es inseparable al ejercicio libre de los derechos sexuales.

El rechazo a la pornografía y la prostitución resulta en consecuencia algo crucial, ya que los daños físicos y psicológicos que esta explotación implica son frecuentes y no constituyen una conducta libre puesto que no está basada en el gozo, sino que está ligada al lucro. Se trata de la explotación del cuerpo de alguien para hacer ganancias. No se puede hacer cualquier cosa con el dinero, y comprar el cuerpo de alguien es definitivamente algo que no debería suceder en estos tiempos cuando la esclavitud supuestamente se ha erradicado. El mercado del sexo no sólo es explotador, además está lleno de prejuicios y estereotipos de género. Me refiero a la falta de sentido y de igualdad, de cuerpos poco naturales y de elementos de violencia y/o de humillación.

En Suecia, gracias al movimiento feminista, es ilegal prostituirse al igual como en muchos otros países, pero también es un delito comprar sexo – lo que lamentablemente no es común en el resto del mundo. Aún así, casi todos los años renace el debate sobre la supuestamente “puta feliz” y que deberíamos legalizar el comercio del sexo. Uno de los más famosos comentaristas a favor acá en Suecia es el millonario y neoliberalista Alexander Bard que erróneamente cree que la libertad debe darse a cualquier precio y sin responsabilidades hacia los demás. Él reconoce abiertamente que ha vendido sexo y sostiene que fue un “puto feliz”. Eso sí, nunca reflexiona sobre el hecho de que es un hombre de clase alta, o que su experiencia tal vez solo es una excepción, lo que pone sus argumentos bajo otra lupa. Es lamentable además que el debate a favor de legalizar el comercio sexual prende alrededor del Pride, el festival de los derechos sexuales HBT en Estocolmo, no por los organizadores ni la mayoría de los participantes, pero sí en la periferia. De todos modos, aquellos que avalan el comercio sexual están, a mi juicio, confundiendo el significado real de la liberación sexual y no lograrán convertir a muchos.