Por: Marco Baeza
Foto: Chelo
Adiós 2012, bienvenido 2013, aquí ando rascándome los bolsillos por culpa de las fiestas de fin de año. Es que ya no basta con un par de velas para darle un tono de armonía a la Navidad, hoy en día, el simbolismo que podía tener esta fiesta se mide por la capacidad de compra que puedas tener. Las compras de luces decorativas para el patio tienen como tarea opacar las luces del vecino, el mensaje es claro: ”yo brillo más que tú”. La lista de regalos de Navidad es más extensa que las peticiones de los pueblos originarios “around the world”, a eso le sumamos un sinfín de cachureos, más la cena y los tragos, que en su conjunto hacen de un día de paz, un día de estragos, más que noche buena parece noche de pena. Del Año Nuevo mejor ni hablar: ropa nueva, el pavo más grande en la mesa, gorros brillantes, cornetas, fuegos artificiales, unos buenos espumantes y antes de que cante el gallo ya tienes tu cuenta de banco sobrepasada, y enrabiado gritas a los mil demonios por qué mierda las premoniciones mayas no se cumplieron para haber evitado tanto gasto innecesario. El consumismo es el cáncer moderno con pocas probabilidades de cura.
A propósito de los Mayas y sus profecías, muchos esperaron con preocupación el 21 de diciembre. Esta es una fecha que costará olvidar por todo lo que trajo consigo, no era un día cualquiera, era el fin del mundo y, por ende, ente de preocupación, no faltaron los vivos que pidieron préstamos, otros más osados que no pagaron cuentas, o las más señoras que llenaron los carros en el supermercado con comida no perecedera y los más jóvenes que pidieron la prueba de amor a sus novias para poder partir de este mundo con una sonrisa de oreja a oreja. Tan rápido como llegó se nos fue el 21 y seguimos más vivos que nunca, los que pidieron préstamos y los que no pagaron sus cuentas andan por ahí llorando, las viejitas no saben qué hacer con tanta comida y muchas de las adolescentes que cedieron su virginidad se sienten desconsoladas porque el novio las abandonó. Entiendo a quienes se quedaron con las ganas de ver al planeta partirse en dos. A continuación trataré de recrear algunos escenarios posibles para borrar de una vez por todas de la Vía Láctea a este punto negro llamado Tierra.
Que un meteorito gigante impacte sobre nuestro planeta y nos vuele la raja es una alternativa, el problema es que los meteoritos con un diámetro superior al kilómetro pasan a años luz de la Tierra, por lo tanto lo descarto, aunque no es imposible. Una tormenta solar en ningún caso nos manda al patio de los callados, los problemas que traería consigo es que golpearía gravemente los sistemas de comunicaciones, sería un golpe duro, pero sobreviviríamos. El problema es que por largo tiempo no podríamos usar nuestros juguetes (teléfono móvil, computador, etc.) y tendríamos que volver al papel y al lápiz, en fin, una tormenta solar es totalmente descartable si buscamos nuestro exterminio.
Que se declare la tercera guerra mundial y que las bombas atómicas lluevan en cada continente es una solución vigente para acabar con todo ser vivo. Para que esta guerra explote no se requiere de mucho, por ejemplo, basta que Cristina Kirchner en Argentina quiera revivir su popularidad tratando de recuperar las Islas Malvinas y que David Cameron responda enviando tropas para repeler el asalto. Chaves apoya a Argentina y los gringos toman partido con sus aliados, Putín envía sus aviones de combate MIG-29EI y aprovechando el despelote Irán invade Irak y Corea del Norte le pega un “cacha mal paga doble” a Corea del Sur. Tomando cuenta del descontrol, Perú y Bolivia se unen para invadir Chile que a su vez cuenta con el apoyo de Ecuador, y se armó la grande. Si bien una guerra mundial es factible, no creo que se produzca pues nosotros los seres humanos, por muy rencorosos y bélicos que seamos, estamos conscientes de que un conflicto de esta envergadura significaría el exterminio de nuestra raza: somos seres inteligentes, no permitiríamos jamás una guerra en donde nuestras vidas estén en peligro, aceptamos los conflictos armados y a veces los aplaudimos, siempre y cuando sean lejos de nuestras fronteras y no afecten un entorno demasiado grande.
El escenario más favorable para acabar con el planeta, sin lugar a dudas, es el poco cuidado del medio ambiente, no es un exterminio inmediato, más bien un proceso largo, pero sin lugar a dudas el más confiable. Si bien estamos conscientes del peligro que nos acecha, no tenemos muchas ganas de hacer algo para revertir la situación: el ciudadano común y corriente aborrece el transporte público, siente temor al ridículo si se compra un auto con un motor 1.2, una 4x4 turbo diésel es el transporte urbano de moda; junta los tarros de aluminio con los restos de comida, es que separar la basura quita tiempo, tiempo que uno puede ocupar frente al computador para mirar las fotos nuevas que subieron los amigos por Facebook. Las medianas y grandes empresas tampoco quieren escuchar las demandas sobre el medio ambiente, siguen derramando sus residuos en los ríos, contaminando de esta forma el agua que en algunas partes ya se torna escasa, y tampoco quieren invertir en energías verdes para bajar el nivel de Co2 en nuestro planeta. El Amazonas derrama su sangre verde producto de la deforestación, la sobrepoblación mundial está acabando con los suelos cultivables y allí donde hubo bosques se levantan urbes de cemento. De las naciones mejor ni hablar, las grandes potencias no tienen en su agenda las energías verdes, es que estas pueden quebrar a más de un gigante si se hacen realidad; el monopolio del petróleo, por ejemplo, te da poder y ventaja frente a otros países y es obvio que nadie quiere perder esa supremacía. Así es que si alguien se deprimió por el no término del mundo, les recomiendo que esperen tranquilos, ya llegará el día en que nuestro planeta diga basta, hasta aquí no más llegamos.